Recuerdo que antes de que se hiciese la concentración parcelaria, toda la zona de la vega, era un entramado de arroyos que los propietarios se encargaban de mantener en buen estado para evitar que las tierras se encharcasen. Una de las tareas del invierno era coger la pala e ir a hacer nuevos arroyos o a remondarlos.

En algunos de estos arroyos más húmedos y en el río se criaba la rata de agua, tan estimada por algunos, que eran verdaderos expertos en las técnicas para su caza.

Pero además, en la vega, también había una gran cantidad de árboles que venían bien como sombra, a la hora de ir a sentarse a almorzar o a merendar, en la época de la siega. Famosa era la jabina de Eleuterio cuyo tronco se encuentra de exhibición en la parcela de una casa de Orillares.

Al hacer la concentración se taparon arroyos y se talaron árboles, algunos innecesariamente como el roble* que había en los peñascos de mi tierra. De su tronco salieron cuatro hijos que he podado y que me permiten sentarme a su sombra, lugar desde el que hay una buena vista de Espeja y de La Hinojosa.

Uno de los pocos que se salvó, o quizás fue el único de gran porte, se encuentra en el morro de la confluencia del camino de Quintanilla con el del Encinarejo.

Detalle de la base del tronco, hueca que soporta el peso sobre dos patas.

Vista diametralmente opuesta a la anterior, que muestra que en algún momento ha estado a punto de incendiarse.

* A este árbol, que en el verano puede ser confundido con una encina, se le conoce en otras partes como quejigo.

jabinos@gmail.com (atención a la s)